sábado, 7 de abril de 2012

MERIENDA

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La signatura del pájaro en tu cuerpo
amainaba el corazón de la tarde.
El poseedor de tu cariño
ahorcajado a la sombra de los eucaliptus
indagaba en la oblación del pan
esa orilla que lo arrojaría al mundo.
El hombre que amabas era otra cosa:
la sapiencia rasa del martillo y de la lezna
horadando, ácrata, tus ministerios
en la merienda de una siega estival.

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